No sabes como envidio a la mañana,
que llega a despertarte con mesura,
y suele acariciar con gran dulzura,
tu frente de márfil, tu piel lozana.
Envidio al cardenal que con su canto,
captura tu atención por un momento,
soliento entretener tu pensamiento,
con cierto misticismo entre su encanto.
Envidio la frescura de tu fuente,
que calma de tu sed la furia loca,
y besa la corteza de tu boca,
con calma y con quietud, serenamente.
Envidio la tersura de tu almohada,
que ataja por las noches tu cabeza,
envidio de tu hoguera la tibieza,
que suele cobijarte dulce amada.
Envidio tantas cosas que han podido,
estar cerca de ti, de tu presencia,
y envidio de tus flores esa esencia,
que calan en tu pecho bendecido.
Pues ya que yo quisera a mi fundirte,
fundirte en cada parte de mi anhelo,
así como se funden en el cielo,
las nubes que consiguen persuadirte.
Y yo quisiera así, por un momento,
volverme aquel gorrión, aquella rosa,
que suelen cautivarte niña hermosa,
y viven en tu ser, y pensamiento. (1998)