Olvio el paso del tiempo
y mesándome la barba, discurre mi pensamiento,
Doy rienda suelta al corcel que llevo atado en el pecho,
y huyo ligero en pos de él cual audaz aventurero.
De mi mente las ideas escapan amontonadas,
y es razón la sinrazón, de querer y perseguir,
de solamente poder, hacer caso al corazón.
¡Oh! si fuera yo el corcél de mi pecho desatado,
si todo yo desbocado, pudiera ir en pos de él,
si freno a mi vida y goce, en la mente no existiera,
y el mundo yo recorriera sin distinguir día y noche.
Yo me complazco en amar, y me place el escribir, aquello que sin pensar, brota de mi arduo vivir.
Y pensando que tu fueras, compañero que mesigues,
yegua que al corcel persigue por hacer verdad quimeras.
Somos en grado distintos, mas todos uno en afanes, goces, luchas, pasiones, instintos y gustos,
que la diferencia es poca aunque el color de la piel sea de tono distinto... mas el interior es fiel.
Que una misma carne somos y una misma sangre brota, si te hieres o me hiero, o mana tu carne rota.
¡Quien diera que tu entendieras, hermano quien esto lées, y amar como yo pudieras por encima de las leyes!
Da rienda suelta también a tu pluma y pensamiento, y une al mío tu corcel, que en el pecho llevas dentro.
Camina conmigo un trecho y quizás a otros hallemos, y lo que sentimos demos en la mesa o en el lecho.
Y en llegando a este punto, deja al alma discurrir, que hay goce en el compartir y en el caminar muy juntos,
y ora rías, o bien llores,
sigue sembrando a su paso, la senda toda de flores que han de seguir tus hermanos.
Y al final, mirando atrás,
tranquila el alma, serena,
podrás al viento cantar
¡Yo tuve una vida plena!.