Entregaste tu cuerpo cual diamante,
valioso presagio de un fiel amante,
diste alma, sangre, y no vacilaste
en dar tu corazón, como flama llameante.
Besaste la tierra y ahí lloraste,
ilusa cautiva de un deseo incesante,
posaste a una entrega que fue esclavizante,
de un amor que te domino al instante.
!Ay niña!, mira por delante, que la vida
es un vivir constante,
y es tu alegría… la chispa de un deseo,
de tu juventud inestable.
Buscaste cariño y lo encontraste,
buscaste consuelo, llorando tus penas
en un rincón de marte,
con la luna te confiaste,
y fue a ella, a la que le lloraste.