Me besa y se va.
15 minutos después de la hora acordada
por su madre, para llegar a cenar.
La veo irse y mi mano busca en la bolsa
el cigarro que guardé para volver a fumar,
la otra contesta encendiéndolo y comienzo a inhalar.
Un beso, un cigarro,
dos bocas,
mi boca, y una boquilla.
La nicotina avanza en el cuerpo
igual que la adrenalina al besar,
incitando cada recoveco del ser.
El humo vuela y nos envuelve
como las ilusiones de dos cuerpos
girando en ese espacio,
se expanden y se van
Dios sabe donde,
quizá donde los sueños se van a descansar.
En la punta del cigarro surge el fuego
que provocan las ansias al amar.
El tiempo avanza, el cigarro va a la mitad,
sólo un instante dura lo que nunca quisiéramos terminar.
La última bocanada juega en la boca
dónde dos lenguas se transmiten deseo y ansiedad.
El cigarro termina, tiro la boquilla y ella se va,
dejándome una adicción a los besos
y unas ganas terribles
de volver a fumar.