Como citaba el ilustre poeta Andrés Eloy Blanco:
“Cuando se tiene un hijo,
se tienen todos los hijos del mundo”
esa frase que encierra
una profundidad de vida,
y que obliga a hablar de esta pasividad fingida.
He allí una de las razones de este dolor,
la adopción incesante
que no mira el color,
aunque el poder y la autoridad dada a la raza
se interponga
y con egoísmos ardientes le bajen tesón.
No somos dignos de tantos hijos,
nos sentimos desvalidos
al sentir la estúpida guerra inerte
ante tanto olvido
de esos seres
que se creen dueños inclementes
de almas inocentes
que sueñan lo imposible
y al decirles que les cuidan,
sencillamente les mienten.
Y duele mantenerse callado
en este mundo
lleno de injusticias
y maltratos masacrados,
que no miran las marcas
que en un pasado van dejando
en los niños
que mañana morirán en desencanto.
Y ¿Qué puedo hacer?
Si aún la ley
parece rebelarse
ante las miradas
que solo sueñan con ir a la luna,
o pilotear algún avión,
sin pensar que el combustible no dura,
o escuchar el canto estridente
de alguna amontonada duna,
o pasearse descalzos por las nubes
que bañan sus pies de agua clara
y que a sus ojos asemejan la espuma;
o comprender aunque ni la vean
el misterio hermoso de la bruma.
¿Qué hago?
Si nadie parece entender
que solo desean subirse a lo alto
y junto a la brisa poder disfrutar
de las pequeñeces
que ofrece algún sorprendente mago
y que éste no sea
más que un simple padre,
maestro, amigo o hermano
aunque todos esos sueños
se queden en aquel ordeño de ganado,
y solo les quede sonreír
mientras con tristeza
van cantando.
Sueñen mis ángeles anónimos,
mis hijos putativos y sentidos
que han traído la sonrisa de vuelta;
ustedes que han traído la inocencia perdida
esos donde me miro y compruebo:
No existe en tales seres
la hipocresía de la verdad fingida.