Me indigna que tengas razón
y que por la mañana invoques
desde el otro lado de la radio
mil sueños de rebelión
Como a aquel autor anciano,
azote de oradores hueros
y resortes leoninos
de un mundo sin corazón,
también me duele el olvido
de los valores antiguos
que nuestros muertos sembraron
a fuerza de sangre y dolor.
Hoy es un niño que llora,
mañana un anciano que implora
ante la puerta cerrada
de un servicio de atención.
Mientras, en el mundo hay gente
que ve morir a sus hijos
porque unos hijos de puta,
con traje de cuello blanco,
van jugando al monopoli
con su sangre y su sudor.
Tan rápido como la luz
de sus cálidos teclados
los mensajes centellean
sabiendo tal vez, tal vez,
que a la par que ellos teclean
un niño solloza y muere
y desgarra un corazón.
Cada pantalla que abren,
cada click de su raton,
es un cuervo que desciende
a los campos del horror.
Y yo no puedo hacer nada
y tampoco se hacer nada
sentado en mi sofá vacío,
solo ante el ordenador.
Me indigna sentirme solo,
me indigna sentirme hueco,
sentirme deshabitado.
Me indigna mi indignación.