Ella se fue de pronto como la luz del día,
dejándome en silencio ya no me dijo nada
y vino a mí la noche clavándome su espada
y abriéndome la herida de la melancolía.
Se fue, se fue, Dios mío. ¡Qué bien que me dolía
su ausencia repentina! La luz de su mirada,
lo mismo que la luna radiante y despistada,
huyó tras de las nubes en donde se perdía.
Y me quedé lo mismo que un lobo solitario
aullando lastimera, desgarradoramente;
pero ella, por desgracia, ya no me escucharía.
Soy buque a la deriva, romero sedentario.
Soy hombre muerto ahora, muriendo de repente.
Sin ella nada, nada ya más me importaría.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC