¿Que podría yo decir del Niño
que entre astros, reyes y pastores,
tocó Belén en el inicio?
¿Que podría yo cantarle,
después de tantos himnos y alabanzas,
sin quedar desairado ante los cielos?
Si siendo yo tan nada, nada le dijese
seguiría siendo nada, mas
si me inclino, aún con fe exigua,
acaso me cautive su ternura,
me inspire voces de amor
y tal vez
me deje llegar a acompañarlo.
Si mudase en humildad mi ser de roca
-como de roca humilde fue su cuna-
y no aspirase a palabras cortesanas
sino al brote de amor que hoy en mí late,
se placería de mí, yo lo presiento.
Y desde esta convicción doblo mi frente
y me arrimo a decirle despacito, susurrando.
mi Niño, mi Señor, mi Dios,
desde ésta mi miseria, yo Te amo.