Paseábamos, pues, de la mano…
y tu tacto sensorial hacía el mío
abocetaba el inminente adiós.
Sin promesas ni huidas, pero con lágrimas,
cerré una puerta que anegué en su interior
y donde arrojé mi piel de presa:
-Los ojos abiertos, sonrisa puesta,
vestida de calle, mirada alerta.
¡Descansa, me dije, con frase hecha,
el azul de tu espacio disipa en la niebla!
La granea no tendrá luz, no…
No habrá fruta fresca.
El azul se ha perdido en gemidos de siembra
y solo es ahora el eco de un color
engarzado en quimeras.
Ya no visto de fiesta, ni gorjean los canarios;
la alondra revolotea en tu pecho núbil,
balbucea el final de la historia
que derrama el llanto al crepúsculo
camuflado en huidiza atmósfera.