Crece a mis pies la hiedra enmudecida,
como en suspenso, al verte inmensa y clara,
adelantando excesos y avenidas,
cada rincón de ti se me abalanza.
Flota la lluvia inerte en las ventanas,
como racimos de agua, sostenida,
y tú te viertes, torrencial y alada,
sobre los cauces de mi piel cautiva.
Las amapolas duermen protegidas
en tu trigal de verdes oleadas,
con un vaivén de dulces sacudidas,
meciéndome en los bordes de tu espalda.
Ruge un temblor quemante en mi garganta,
como aluvión de voces y de risas,
y tu boca me alcanza, alegre y blanca,
en la quietud mortal de mis heridas.
La luz se quiebra en lágrimas nevadas
y tu desgranas páginas prohibidas.
Yo me deshilo al pie de tus entrañas,
y tú me acoges cálida y rendida.