Fui un duendecillo travieso,
el que brindaba ilusión
con un abrazo o un beso,
dependiendo la ocasión.
Fui de todos embeleso,
era música, canción.
Nadie se quedaba ileso
de la risa en mi expresión.
Del grupo yo era aquel queso
que hace feliz al ratón,
era la flor del cerezo,
el latir de un corazón.
Yo era ese duende travieso,
el alma de la reunión.
Sin riqueza, sin un peso,
amigos tuve a montón.
Con todo mi recuerdo a mis amigos de aquel grupo inseparable que no olvido. Principalmente a Pedro Pablo y Eduardo que hoy son dos luceros.