Si te hubiera conocido
unos treinta años atrás
qué distinto hubiera sido
nuestro encuentro, ya verás:
Entonces, tú eras casada
y con casadas no me meto,
mujer ajena es sagrada
y merece mi respeto.
Pero además, hace treinta,
yo no tenía la experiencia
(y, menos, la madurez)
para darme cabal cuenta
de toda tu validez.
Era preciso esperarnos
hasta este tiempo presente
para mejor valorarnos
con ánimo más prudente.
Porque cada cosa llega,
y esto ya es cosa sabida,
en el exacto y preciso
momento de nuestra vida.
Es ahora que te puedo
comprender y hacer feliz,
sin arrepentirnos luego
o cometer algún desliz.
Es ahora que he aprendido
lo que vales en verdad,
por eso te he conocido
a esta avanzada edad.
Hoy te quiero con locura,
con fervor y por completo;
hoy te brindo mi ternura
y te admiro y te respeto.-
Eduardo Ritter Bonilla.
Martes 08 de Septiembre del 2009, 3:11 a.m.