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Anduve varios años prisionero
en la prisión del acoso.
Las paredes puertas y ventanas
con el dolor y con la pena
fueron,
tristemente fabricadas.
El Alcaide era el Ordenanza.
Su secretaria la Ortiguilla.
Los guardianes, compañeros
con las ideas negras y torcidas.
Fueron los propios compañeros
quienes más daño me hicieron.
Pues de buen grado y con odio,
me acosaron, maldijeron
y al pozo ciego me arrojaron.
Fueron los mismos compañeros
con quienes en tiempos anteriores
juntos íbamos a la feria
juntos a bodas y bautizos
juntos a despedidas de solteros
juntos a jugar,
un partidillo de futbol.
Juntos por las pascuas
a la cena fraternal.
Y luego si se encartaba
nos íbamos a bailar.
Hasta que al alba nos despedíamos
con un abrazo de amistad
y con ese tópico cristiano
De:
“Feliz navidad, prospero año
Y mucha felicidad.”
Que tanto lo repetimos,
que pierde autenticidad.
Pero así somos los humanos
y no soy quien para criticar.
Muchos años todos juntos.
Muchos años de lealtad.
Nos conocimos casi de niños
y no pesaba el trabajar.
Que la Jefatura no era mala
aunque con tintes de militar.
Pero era lo que había
y si mirabas hacia atrás,
veía que día a día
la vida mejoraba
y no nos podíamos quejar.
Pero llegó el día certero
en el que la muerte aparecía
para llevarse hacia los cielos
a un Jefe con criterios
y con sabia filosofía.
Fue un ocho de Enero del año 91.
Tenía sólo sesenta y un años
y como un padre fue para muchos
Ya por aquél entonces en la Junta
las hordas socialistas crecían y crecían.
Eran como roedores
que todo se lo comían.
Roedores – bebedores
de barriguitas agradecidas.
Y de ahí salió el infame:
Rata – hiena – sapo – cobra tóxica y maldita.
Con algo de caimán
y con veneno hasta en las tripas.
Este engendro de maldad
apareció el aciago día
en el que la luz de mi empresa
para siempre quedó ensombrecida.
Él era el gendarme
pero venía desvalido.
tan sólo traía en su cuerpo
el veneno y los latidos
de un corazón asqueroso
en un pecho corrompido.
Lo de menos era el trabajo.
Lo demás era la perfidia.
Y muy pronto así creó
el grupito de los “pencos”
y con él echó valor.
Y comenzó la zapatiesta
El desconcierto sin control.
Aparecieron las marionetas
y comenzó su diversión.
A este le daba un caramelito
pero presto se lo quitaba.
A este otro le ponía un sombrerito
y al cabo lo destocaba.
A aquél le daba un dinerito
del que a otros les robaba.
Y allí se formó el caos
donde tan sólo trabajaban
quienes como yo nunca quisimos
participar de su trama endiablada.
Y aquello molestaba mucho
al Ordenanza a la Ortiguilla
y también a los mearruedas
que en manada acudían y
con gusto le lamían
el culo y las rabadillas
a su amo el Ordenanza
cuando escocío lo tenía.
Y hasta hubo uno de los “Pencos”
que emulando al quijote,
tan siempre iba tras de su amo,
que no parecía otra cosa
sino que fuera su rabo.
Pues toda esta gentuza
unida y mal cosida,
se abalazaron sobre mí
desde aquél escabroso día
que desde la Junta venía
aquél inmundo alguacil.
Quien me aplicó muy fielmente
un programa ensayado
por los nazis y mala gente
para dislocar al más centrado.
Me acosaron hostigaron
perturbaron mi existir
hasta que al cabo me enfermaron.
Y como un ladrón o delincuente
al final, tuve que huir de allí.
Pedí traslado y me lo dieron
en un Rancho que para mí,
parecía caerme del cielo.
Pues muy cerquita de él nací.
Sin embargo nuevamente
por la mamba verde y la “abuelilla”,
fuí acosado y casi me cuesta
el dejarme allí la vida.
Pero al igual que a ese púgil
que lo salva la campana,
a mí me salvaron los años.
Pues la jubilación me llegaba.
Pero el daño estaba en mí
en los tejidos incrustado.
Y me era imposible el vivir
del tal forma mutilado.
Por ello en cuanto pude
con el morralito y la moto
emprendí el caminito
para hablar con el Apóstol.
Y el Apóstol Santiago
haciéndome un sitio en su agenda,
me recibió y me dijo
que aquello,
no era de su incumbencia.
Así que con mi pena y mis dudas
retorné de nuevo a mi casa.
Pero la casa estaba fría y al cabo,
tuve que abandonarla.
Y aquí me encuentro ahora extraño
en una vivienda alquilada.
Recordando y valorando
las jornadas ya pasadas.
Aquí tengo quien me diga:
¡Dime papá qué te pasa!.
Nada me pasa hija mía.
Nietecitas nada me pasa.
Que me hago viejo y no encuentro
aquél sueño que soñaba.
invitado-cmph 06 de Junio de 2003
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Nunca habÃa leeido algo que me calara tan hondo el alma,escribes muy bello,además me identifico mucho con tu poema SIGE ASI!!!!!!!!!!!!!!!!!!