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¿Cómo tocar las nubes y los pájaros?
¿Cómo alcanzar el sol y las estrellas con la mano?
¿Si no tenemos alas ni transporte capaz de hacerlo?...
¡La imaginación!... ¡Sí!… ¡La imaginación!
Ella es capaz de hacernos remontar
Los picos más elevados de la tierra
Penetrar en las profundidades de la tierra
Concebir como rebasar los confines del infinito.
Eso, y un columpio para un niño, un joven
Hasta para un adulto, bastan
Para transformar su entorno y su rostro
Dar rienda suelta a sus fantasías…
No hay confín que no se alcance
Ni límite que no se rebase.
Volar, libre como pájaro… moviéndose
Como poema, Cruzar los cielos cual saeta.
Sentir en el rostro el viento, ser Caballero águila
Buscador de la velocidad, el vértigo… sentirse etéreo
Era mi sueño más acariciado, mi realidad más ferviente.
Mi primo Ignacio – a quien de cariño le decíamos Nacho-
En un instante de demencia avispada, maquinó
En su afiebrada mente la construcción irreverente
De ¡un columpio! planeado con matemática (¿?) y ardua
Dedicación, énfasis inhumano digno de causas mejores.
Enclavado puntualmente en el frondoso árbol
Del frente de la casa donde vivíamos
En ese árbol donde mi infancia abrió sus brazos.
Dando sombra a juegos y aventuras sin par…
En uno de los fuertes brazos de gigante, armó
¡El columpio de mis sueños!... un leño de asiento
De puntas agudas, construcción rústica a más no poder.
En su marco de sogas de prometedor solaz
Insolente de lances de dulces melancolías
El árbol se erguía imponente ante la mirada de propios y extraños,
Parecía albergar todos los pájaros del mundo
Nuestras risas infantiles se esparcían alegres,
Resonaban jubilosas, cascabeleras, por el vecindario.
Mi primo, me impulsaba con sus manos
Para que la inercia del columpio me hiciere llegar
Hasta sus extremos más altos. Sentíame un pájaro,
Un avión, una nave espacial, haciendo al vértigo
Dominar mi estómago, contrayéndose y torciéndose
Por la conmoción del vuelo y celeridad alcanzados.
Era un vahído seductor…
Podía acariciar el olimpo con la punta de los dedos.
El miedo no existía, me troqué en ave humana
Era el tiempo donde los juegos sencillos
–El trompo, canicas, burro castigado, rondas infantiles-
Pequeños… ¡sencillos esparcimientos! llenantes del alma
Desbordantes de ensueño ingenuo y directo.
Al alcanzar el punto álgido de la altura deseada
Sentía ser visitante del universo, el primer niño
En cruzar el espacio sideral, afortunado compañero
De alguna estrella que rozara mi firmamento.
Un acelere extra con la fuerza de mis pies y…
Podría jurar, lograría en cualquier momento mi propósito,
Al lindar con la altura, estiraba mi mano
Para ser uno con los astros, ante el espanto y descontrol
De mi asustado pariente que gritaba:
Primo, ¡No te sueltes!, por favor… ¡No te sueltes!
Yo hacía caso omiso de sus indicaciones envolviéndome
En el dorado rítmico, de un vehículo trashumante
Atador de elegías, conspirador de divertida aventura
Fueron10 rápidos y fugaces minutos
Para mi infortunado consanguíneo… ¡eternidad!
¡Mi temeridad era apabullante!
Terminó mi aventurero viaje… para alivio de Nacho
Haciendo que la calma y el sosiego volvieran
A su cuerpo. Bajé… de mi improvisado vehículo,
Todavía, con el vértigo que produce la velocidad,
Temblaban las piernas y sentía que el suelo
Movíase…
Todavía yo incorpóreo, flotante, sobrenatural.
Fue un despertar brusco a la tosquedad de la tierra,
Fue un ramalazo de realidad denigrante, infamante
Poco grato, pero…
¡Asumí el efecto!
Era fastuoso, pajarero, estar en cabalgata olímpica
De conmociones sin par, inenarrables… (Mudo estoy)
¡Invento de Dioses! El columpio… es un embrujo,
Un éxtasis que subyuga el alma… avasalla, conquista.
Cuando creo haber dado todo, visto todo
Toca turno a mi consanguíneo de balancearse…
Me encontraba todavía bajo los efectos de la ingravidez,
Cumplí mi cometido aherrojándole con fuerzas.
Ignacio disfrutaba, tanto como yo del momento.
Yo, con cinco o seis años, El, un quinceañero
Recurriendo a toda su experiencia, en el manejo audaz
Que da la práctica de ese instrumento...
Retorcía en el aire el cuerpo para hacer girar las cuerdas
Que por rebote le impulsaban en dirección contraria
– La envidia y el anhelo de hacer lo mismo me corroían-
Se paraba sobre el leño dispuesto como asiento,
Levantaba un pie, se impulsaba,
Se enredaba los pies en las cuerdas paralelas
Apoyando la cabeza sobre el madero.
Extasiado, alelado le seguía con la mirada,
Tratando de aprender el manejo tan eficaz y habilidoso
De que hacía gala, aquel humano a la altura de Dios.
No sabía que era más excitante, si el volar,
El estar montado, el viajar en ese péndulo gigante
O el ver las acrobacias y las estampas tan ágilmente
Planeadas por quien ya consideraba
Un maestro de ese arte: Nacho.
Esta es la canción de la edad, de la bonanza insólita
De la estancia infantil, del recuerdo de bronce y cristal…
¡De golondrinas hendiendo el espacio y el tiempo!
¡Ave César!...
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