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de la que apenas queda
el polvo y la ceniza
y algunos huesos machacados
por el tiempo que, alguna vez,
pudieron ser preclaras osamentas,
se va, sin querer irse,
en un tejer y destejer
de su, ahora, fútil tiempo,
aquélla que parecía débil
en su menudo cuerpo,
y que, sin duda, ha sido la más fuerte;
la que alimentaba los sueños
de esa infancia que ahora
se aproxima en mis recuerdos.
Se va la recia y vieja estirpe,
y nos deja en la memoria,
-a una caterva de aquéllos
que un día fuimos niños,
y de los que, sin ser madre, cuidó-,
la abnegación y la voluntad
como preciado legado,
catálogo de una vida,
a su manera, plena:
sus rezos, el rosario nocturno,
estampas de Vírgenes diversas,
su empeño en hacer
de beatos santos...
Atrás se quedan las migas
del rico Epulón, el puente
que fue derribado durante la guerra,
la vieja Habana, en fotos,
que su padre un día recorrió,
lugares que, sin conocerlos,
se la hacían tangibles sueños,
aquel retrato en sepia
de un niño que parecía una niña,
el cine Riviera, la playa Marianao
y el malecón de aquella Cuba
que había sido quimera de otros,
los limoneros y los viejos
perales de la huerta...
¡Son tantos los recuerdos!
Ella que de lo que carecía
nunca hizo necesidad,
la que a su cariño
nunca puso condiciones,
a quien querías sin remedio,
sin apenas darte cuenta.
Se va como vivió, austera,
sin boato ni pompa,
con la fortaleza que otorga
el silencio, dejándonos
huérfanos de su gesto y de su palabra,
quedándose esa pena,
que hiere en los más hondo
y un día será pasajera,
y, en su memoria y en la nuestra,
su viejo El Espín donde entierra
su corazón y desde donde su alma
asciendo a un cielo eterno,
del que la Providencia ha hecho hoy,
en su virtud, un luminoso cielo.
"La alcancía de la memoria" - 2013
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