Al nacer somos sombras de nuestros temores,
crecemos entre desdichas, penas y sinsabores,
y al aproximarse la senectud temida
nos damos cuenta de que se nos va la vida.
La vida es un camino lleno de espinas,
una ciénaga sepultadora de ilusiones,
un laberinto de protervas pasiones,
un teatro de pueriles ficciones,
un desierto de amor y felicidad,
un mar en continua tempestad.
Pero en ese camino epistemológico y trascendental,
que se configura como una entelequia cognoscitiva,
aprendemos que lo predominante, lo esencial
es aprovechar a cada instante la vida,
puesto que es el bien fundamental.