Fue en un tiempo lejano, ya hace muchos días
cuando en una mañana cualquiera conocí aquella mujer
era tan hermosa que nunca pensé que el destino la haría ser mía
y lo fue hasta tal punto, que desde esa hora fue la luz de mi amanecer.
Era tan bella, que hasta el sol se sonrojaba,
cuando en las tardes su sonrisa pintaba retazos de primavera,
es que era tan perfecta que en silencio a Dios le preguntaba:
¿Has perdido el ángel que modela tus acuarelas?
La amé desde aquel día, que pinté su blanco lienzo,
mis caricias vistieron su cuerpo, desde la noche hasta llegar el rocío,
mi pecho fue su almohada, su aroma fue mi incienso,
su respiración fue mi aliento y el sudor de su cuerpo agua de mi río.
Hice de ella la más preciada de mis gemas
sus labios fueron el manantial donde me sacié sediento
su piel fue el papiro donde escribí el mejor de mis poemas,
y en sus ojos me perdí dichoso hasta quedarme sin aliento
¡Cuánto la Amé! la amé en demasía,
como en mil años se ama una sola vez,
su mirada fue mi faro, su sonrisa mi alegría,
y es que hasta en sueños fue mía ¡Ay! ¡Cuánto la amé!
Escribiéndole versos fui descubriendo, día a día,
que más que mi musa, era la simiente de mi huerto,
por eso al alejarse, comencé a morir en vida
y hoy no distingo, sí estoy vivo o sí estoy muerto.
La amo, la amo porque fue como ninguna
y aunque ya no es mía, tan seguro de este amor siempre estaré
que le juré a la noche eterna, en presencia de la luna,
que si vivo en otra vida, en otra vida la amaré.