Hoy que a base de experiencia
he comprendido, las sabias
palabras que en mi juventud
tanto me habías dicho.
Las recuerdo como si acabaras
de pronunciarlas, pero en el
ayer me sonaban tan tontas y
falsas.
Siempre me decías -No olvides
que no se mueve la hoja del
arbol, si Dios así no lo decide.-
Y yo en mi torpeza, creerte no
quizé, todo se lo atribuía a la
casualidad, ignoraba que era
Dios tratando de mis pasos guiar.
Que razón tenías mi querida abuela,
pero lo he aprendido, tal vez no
de la mejor manera, me ha costado
lágrimas y muchas veces he tropezado
con la misma piedra.
No cabe que un precio debemos pagar
por nuestra necedad y soberbía, por
no aceptar y permitir que en nuestras
vidas Dios intervenga.
Mercedes del Pilar Reyna Camacho
mrc.06-06-10