HUNDIDO RAYO DE LUNA
“¡El amor! ... El amor es un rayo de luna.” (G.A. Bécquer)
El verano atenúa sus calderas en Soria
temiendo que en el Duero bullan viejas pasiones.
Con su azul procesión estática frente a ruinas
templarias que aún velan la ciudad,
las lentas aguas son casi un coágulo de amor
que el tiempo forma con pacífica saña eterna.
Más allá de mis pasos,
unos gatos nostálgicos celebran su concierto de penas.
Pero su virtuosismo no alimenta
este silencio cenital que fluye,
porque en el puente roncos coches desgarran fieros
las tripas taciturnas del silencio.
Ya en San Polo, mi vista, muy cansada
de soledad, se aclara en la ribera contraria,
donde unas chicas tumban sus almas agotadas
al sol que agosto vierte sabio con cuentagotas.
Pero el camino sigue
y, aun sin enterarnos,
el leve viento mece nuestra melancolía en los tristes álamos.
Los más jóvenes quieren resistir
a cualquier cicatriz que labra el tiempo
sobre sus pieles tan tatuadas de corazones,
fechas y enamorados.
Los más viejos, los álamos jóvenes de Antonio,
ya sucumbieron.
Pero el camino sigue,
asciende y nos invita al vía crucis,
sin decir que el madero está encallado en el río.
Arrastrando las cruces que antes nos arrastraban,
llegamos hasta San Saturio muertos.
Aquí, vemos al Duero retorcerse;
aunque no más que las vacías y rebuscadas
razones del adiós.
Compasivo, el sol nos resucita
con su rayo sincero
y nos muestra bien claras las heridas
de aquel rayo de luna
que largos años engañó a estas aguas.