Nunca tan cerca
como ese mirlo.
Nunca hasta ahora
me habían observado
ojos tan carmesíes como esos.
Y vino a mí con precavida
intención: en las formas
de su pico los desiertos caen
congelándose el tiempo.
Lo anterior lo he escrito, interrumpiendo la poesía, ante mi encuentro con un mirlo. Nunca tan cerca ha estado a mí esa ave, y es que a medida que escribo me ha rodeado y ha volado a un poste desde el cual me observa. Sí, me enfoca con su mirada y lo he sabido cuando he andado en la cicla al puesto ambulante de mecatos y cigarrillos de la señora de la cual algún día escribí asemejándola con mi tía Elizabeth.
Tal vez la curiosidad o el acercamiento del ave puede ser porque he posado debajo de un grupo de palmeras que dejan caer variopintas pepas y cosas que parecen semillas; alerta por intrusión a su territorio o puede ser los colores y el negro de mi cicla, sea lo que sea, nunca tan cerca…
El mirlo, desde el año 2016, ha sido para mí un símbolo, un misterio que alabo desde mi superstición, una conclusión que derivo de mi tendencia de entender todo como un sistema de relaciones. Lo decía Miller cuando precisaba que no se debería llevar una existencia cotidiana sin hallar los significados de su rica simbología; todo o casi todo tiene una intención que nos es deber interpretar.
Pausa, vuelvo. El mirlo ya no está y esta vez le he dicho a la señora de la chaza que me recuerda a mi tía, me sonríe. Benditos sus ojos, benditos esos de mi tía.
Sí…, el mirlo. En aquel año recuerdo que con Vanessa caminábamos y le señalaba que me era extraño encontrarme con mirlos en todo lugar al que iba a buscar respuestas… Buscar respuestas ante las calamidades familiares que me rodeaban, respuestas ante la desaparición de mi padre, respuestas para el mar de incertidumbres que me ahogaba en ese entonces.
Leía desmesuradamente buscando un mensaje, tentaba las circunstancias a hallar un decreto. <<¿Por qué?>>, me repetía y los hábitos se desvanecían. Otro cigarrillo más.
¡Ah!, me inunda una hermosa sensación de autorrealización. Nunca tan cerca, grita algo en mí. Nunca tan cerca me había sentido a mí mismo como hoy. Adiós.
¡Espera!, al girar un niño se me ha acercado, ha dicho algo pero no he escuchado. Hago un ademán de saludo. -Hola, digo. Me devuelve el saludo. Adiós, ahora sí, adiós.