Si a pensar nos ponemos en la Muerte,
No hay más Apuesta que ésta:
O salimos de Dios y a Dios volvemos,
O a la Nada que fuimos,
El Día que muramos, volveremos.
Es así de sencillo
Y así de trascendente.
Si nada fuimos antes de nacer,
¿Nada, después de muertos,
Volveremos a ser?
¿Somos tan sólo el Cuerpo que tenemos
Y la tierra se traga,
O también somos, además, un Alma
Que nunca muere y Vida da a ese Cuerpo?
Mientras hayamos sido,
¿Un Algo entre dos Nadas
Tan sólo habremos sido?
Hagamos nuestra Apuesta.
No vale no apostar. En este Juego,
El que jugar no quiere, también juega.
Corre los mismos riesgos que el que apuesta.
Y son Dios y la Nada, nada menos,
Los que entran en la Apuesta que jugamos.
Así, pues, apostemos.
Así, pues, elijamos.
Otra opción no tenemos.
Nuestro ser o no ser
Es lo que nos jugamos.
Ante el dilema que se nos plantea,
¿Cuál debería ser nuestra Respuesta?
¿Cuál, también, nuestra Apuesta?
Creo, sinceramente,
Que por más coherente y más creíble
Con lo que nuestro Ser, ser nos exige,
Debería ser ésta:
Cuando al Alma negamos
Juego y Apuesta damos por perdidos
Y a no ser Nada ya nos condenamos.
Juguemos, pues, juguemos.
Nunca jamás le demos por perdida
A nuestra Gran Apuesta.
Dios juega con nosotros la Partida
Y Dios no va a querer que la perdamos,
Pues con Amor contempla,
La buena fe con la que la jugamos.
Si Dios nos dio la Vida,
La Vida que nos dio no va a quitarnos,
Porque todo el que crea
Ama lo que ha creado.
Porque Dios querrá ser un Dios de Vivos,
No un Dios de Muertos y de sepultados.