Amándote, aprendí a esperar la noche cada día,
viendo nacer entre el espacio de nuestras vidas
la esperanza de tenerte entre mis brazos;
dejando caer con cada tarde que muere
la simiente de mi amor por tu amor.
Amándote, comprendí que con cada día que nace
vive en mi cuerpo el ansia de tenerte otra vez
para refugiar en el calor de tus besos
los recuerdos que brotan con cada suspiro del alma
como delgadas virutas del tronco de nuestro sentimiento,
como vertientes infinitas de nuestros caudales de amor.
Amándote, entendí lo que es querer sólo una mujer,
esperando del baile de tu cuerpo,
los gritos mudos que me invitan,
en el silencio de tu mirada;
a sumergirme en las aguas profundas de tu piel
sin esperar por la llave perdida de tu voluntad dubitativa,
ésa, que se esconde en el silencio de tu mirar sereno.
Amándote, vi el delgado espacio entre la razón y el amor
escuchando el palpitar ardiente de tu pecho,
en el centro del augusto sentimiento que nos une,
esperando paciente cada segundo,
para tenerte entre mis brazos otra vez,
y abrir con mis besos la cerradura de tu cuerpo.
Amándote, esperaré a que pasen raudos,
el hojear de los días en el río del tiempo,
para volver a beber del manantial
de tus labios bermejos otra vez,
ésos que eclipsan mi razón inconciente
ésos que llenan de razones mis versos.