Cantando estaba la niña porque se iba a la escuela,
muy ligera iba de libros con su carita morena, no tenían pan en su casa, pero su querida madre
solo quería que la niña se criara en libertad,
y no ser mujer objeto como siempre lo fue ella,
deseaba para su hijita una vida mucho más buena.
Y ya no pudo asistir nunca más a aquella escuela,
la abuela de aquella niña, enfermó muy gravemente
y tuvo que caminar por esas calles angostas
donde solo habitan pobres y los llamados “valientes”,
pero la niña seguía porque quería acompañar
a su querida abuelita hasta el día de su muerte.
Pero a mitad del camino se presentaron tres hombres,
y sin miramiento alguno la cogieron por los brazos,
le retiraron el velo que cubría su dulce rostro,
la tendieron en la calle, ella gritaba y clamaba
y esos llamados “valientes” la dejaron moribunda
sin contemplación alguna, abandonada a su suerte.
Al enterarse su padre de tan grande violación,
salió a pedir justicia al jefe de la nación,
pero los tres señoritos que la habían ultrajado,
dijeron que aquella niña a ellos había provocado.
La acusaron de ramera, y sin menor dilación
la condenaron a muerte, a la cruel lapidación.
Aquel día hubo mucha gente para esa celebración,
y unos cientos de personas en la plaza se reunió
Los “valientes” muy contentos a la niña lapidaron,
la enterraron en la plaza, de cintura para abajo,
y entre unos cincuenta hombres, todos ellos muy "valientes"
su cabeza, hombros y pecho a pedradas machacaron.
Chelo Álvarez.
02/05/2011
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