Ante la tumba de Juan Ramón Molina

El amanecer ha llegado,

Los rayos del sol

Disipan la niebla alrededor

De este campo santo,

En el cual descansan

Tus inertes restos humanos,

Debajo de tan cruel

Mármol pentélico,

Donde el recuerdo de tus versos,

Hacen mella en nuestros corazones

Invocando una postrera súplica,

Esa que se, te llegará

Hasta donde te encuentres

En esta, la hora final,

En la cual tras un año más

Después de tu fatídica muerte,

El dolor de pensar, con un nuevo mundo

Provoca en mí ser,

Toda clase de visiones e intrigas

Cual si fuese una metempsicosis eterna.

No, no estas aprisionado más,

Entre esas tablas de pino,

Talladas delicadamente para proteger

Tu cuerpo mortal,

Tú estás en el viento,

Remontando el vuelo como

Águila o como cóndor,

Estas en la tristeza del libro,

En cada lágrima de amor derramada,

Por aquellos a quienes abriga

Nuestra madre melancolía.

Estás en lo majestuoso

De tu amado Rio Grande,

Estas allá oculto

En la alta noche,

En donde quizás una virgen

Sueña con la pesca de una sirena.

No, no estás muerto,

Ni lo estarás mientras exista alguien

Que repita una vez más,

Las prosas y versos que un día escribisteis,

Quizás enamorado, quizás melancólico,

No, no se perderá tu nombre,

Ni tú legado en el abismo del olvido,

No serás más un puñado de cieno,

Abandonado en lo profundo de está fosa.

Tú nombre perdurará

En la eternidad de los tiempos,

Mientras a la luz de la luna,

Durante una noche sombría y triste,

Una muerta pedirá perdón a los cielos,

Mientras sus desencarnados labios…

Pronunciarán tu mágico nombre.